El 23 de enero de 1836, Sor Patrocinio fue trasladada desde la casa de Manuela Peirote a la cárcel de mujeres situada en la calle Hortaleza de Madrid, conocida popularmente por los nombres de Las Recogidas o Las Arrepentidas, que ocupaba una parte del convento de Santa María Magdalena. En dicha institución permaneció quince meses, pues salió de allí el día 26 de abril de 1837, a las doce de la noche, camino de Talavera de la Reina (Toledo), a donde la llevaron desterrada por primera vez.

Esta cárcel de mujeres estaba atendida por una comunidad de monjas. Sor Patrocinio, en principio, fue depositada entre las demás reclusas en un régimen de absoluto aislamiento: no podía recibir ninguna visita y, ni siquiera, mantener correspondencia con nadie. Tampoco las monjas que atendían a las reclusas podían comunicarse con ella. Solo a la superiora de Santa María Magdalena se le permitió relacionarse con ella, que además recibió el encargo de vigilarla estrechamente.

Y, lógicamente, gracias al trato que mantuvo con Sor Patrocinio la rectora de Las Recogidas pudo darse cuenta, de inmediato, de que la nueva reclusa no era como la demás. Primero le sorprendió el comportamiento de Sor Patrocinio, pasó después a hablar frecuentemente con ella y acabó por convencerse de que las referencias tan negativas que le habían dado los que se la llevaron eran falsas y, por fin, acabó trabando una estrecha amistad. Y hasta en alguna ocasión lloró de lástima delante de Sor Patrocinio, al comprobar las injusticias que se estaban cometiendo con ella.

Resulta comprensible que no fuera fácil la convivencia de una monja con las reclusas de Las Recogidas, llegando, incluso, a producirse un grave incidente como relata la secretaria de Sor Patrocinio: “Cierto día, una de aquellas mujeres, en cuya compañía habían puesto a mi angelical madre, hizo algo que no pudo tolerar su rectitud y santidad, y la reprendió, aunque con mucha humildad y dulzura; pero por su falta de educación, o sugestionada por el demonio, la mujer se enfureció tanto, que se tiró al cuello de la Sierva de Dios para ahogarla; y así hubiera sucedido, si las otras mujeres, con sus gritos y alborotos, no hubieran alarmado a los superiores de la casa que acudieron presurosos”[1].

Este incidente fue realmente providencial, pues fue el motivo del que se sirvió la rectora para conseguir que el juez permitiera a Sor Patrocinio abandonar el recinto de las reclusas y pasar a la zona del convento de Santa María Magdalena, donde pudo hacer vida común con las religiosas. En el coro de dicho convento había una imagen de la Virgen, bajo la advocación de María Santísima de las Misericordias, que le movía a una gran devoción a Sor Patrocinio y le inspiró la novena que reproducimos a continuación en versión original, y a continuación de esta en Word.


[1] Sor María Isabel de Jesús, Vida admirable. Madrid 2017. Editorial San Román págs. 144-145.

Novena que en obsequio de la hermosísima y preciosa imagen de María Santísima de las Misericordias sita en el coro de religiosas de Santa María Magdalena de Madrid compuso nuestra venerada y amadísima Rvda. madre abadesa y fundadora Sor María de los Dolores y Patrocinio (Q.S. G. H). En Novenas sacadas por Ntra. Muy Rvda. madre abadesa y fundadora Sor María de los Dolores y Patrocinio. Madrid 1898. Librería religiosa de Enrique Hernández. Págs. 182-238.

NOTA

Esta Santa Novena es copia exacta del ori­ginal, escrita de puño y letra de mi Venerada y amadísima Rvda. Madre Abadesa y Funda­dora Sor María de los Dolores y Patrocinio, cuyo precioso original se conserva en esta Comunidad, como también otra copia, sacada del mismo por la Rvda. Madre Sor María Benita de Ntra. Sra. del Pilar, Abadesa que fue de mi venerable e inolvidable Madre María Dolores del Patrocinio, cuya referida Madre María Be­nita del Pilar, falleció llena de méritos y vir­tudes el día 2 de Febrero del año 1849. Que las dos veneradas y amadísimas Madres nuestras nos bendigan y protejan siempre desde el Cie­lo. ¡Así sea en nosotras y en todas nuestras sucesoras para siempre, siempre, siempre! Amén.

Guadalajara. Comunidad de Religiosas Concepcionistas Descalzas Franciscas, día 14 de Abril de 1897.

NOVENA QUE EN OBSEQUIO DE LA HERMOSÍSIMA Y PRECIOSA IMAGEN DE MARÍA SANTÍMA DE LAS MISERICORDIAS SITA EN EL CORO DE RELIGIOSAS DE SANTA MARÍA MAGDALENA DE MADRID COMPUSO NUESTRA VENERADA Y AMADÍSIMA RVDA. MADRE ABADESA Y FUNDADORA SOR MARÍADE LOS DOLORES Y PATROCINIO (Q.S. G. H.)

DECICATORIA

PURÍSMA MADRE DE LAS MISERICORDIAS: Las borrascosas olas de una deshecha tormenta me arrojaron a Vos, que sois el puerto de salvación; desde luego que se vio mi alma protegida de Vos, calmaron sus temores concibiendo una dul­ce esperanza de hallar en Vos, Madre San Santísima, los consuelos que tanto necesitan las almas que se vieron próximas a perecer en las amargas aguas de un mar alterado y siempre enfurecido. Vuestras amables ternuras y las de unas hijas tan cariño­samente compasivas como aleccionadas en vuestra escuela, contribuyeron muy pode­rosamente a enjugar mis lágrimas, repo­ner mis trabajos y proporcionarme la más complacida, dulce y amable hospitalidad. En el largo periodo de quince meses, tuve tiempo suficiente para experimentar en Vos y en vuestras queridas hijas, inefables bon­dades, beneficios sin cuento y misericordias sin límites. Justa cosa será, Madre ama­bilísima, que agradecida (aunque jamás cual convenía) a tantas finezas, os mani­fieste mi afectuosa correspondencia, si no del modo que os debo, al menos según la posibilidad de una persona vil y misera­ble, según se reconoce en la presencia del Altísimo y en la vuestra. Por tanto, admi­tid complacida, Santísima Madre de mi Dios y dulcísima Reina de las Misericor­dias, el pequeño don que mi tierna y obsequiosa devoción y gratitud ofrece a vues­tras purísimas plantas en esta santa No­vena, por la que procuro conciliaros los santos afectos de todos los corazones, ya que el mío sea tan finito para corresponder a vuestras amables ternuras. Sea este pe­queño libro un perpetuo testimonio de lo muchísimo que os debe mi alma y también de perpetuo agradecimiento a vuestras que­ridas hijas. Sea esta Novena un estímulo que las impela a serviros y agradaros. Experimenten cuantos os reverencien y busquen por esta santa Novena que os consa­gra este vil gusanillo, vuestras maternales misericordias, y disimulando Vos, piado­sísima Emperatriz de los Cielos y Tierra, mis faltas al patentizar vuestras prerro­gativas soberanas, dignaos atender al afec­tuoso reconocimiento y a la sincera volun­tad con que desea agradaros mi alma. Vi­vid y reinad siempre en el corazón de vues­tra esclava, y en todos mis peligros y tra­bajos favorecedla con vuestras cariñosas ternuras, para que así pueda aclamaros eternamente María Santísima de las Mise­ricordias.

          A vuestras reales plantas humildemente postrada la menos de vuestras hijas y esclavas.

          Un alma agradecida a vuestras misericordias.

NOVENA EN OBSEQUIO DE MARÍA SANTÍSIMA DE LAS MISERICORDIAS

Advertencia. Se podrá dar principio a esta santa Novena desde el día 14 de agosto hasta el día 22, aunque podrá hacerse en cualquiera tiempo del año. Todos los días se ha de procu­rar hacer un obsequio particular á la Santísima Virgen, aquel que el confesor permita a cada uno.

DÍA PRIMERO

Por la señal de la Santa Cruz etc.

ACTO DE CONTRICIÓN

DÍA PRIMERO

Señor mío Jesucristo, Padre misericordiosísimo, luz de luz y Criador de todo el universo; en quien creo; en quien espero y a quien amo más que a mi alma y más que a todas las cosas, y a quien tantas veces he ofendido con pensamientos, palabras y obras en el discurso de mi vida, dejándoos a Vos, y colocando mis afectos en las criaturas; ya reconozco, Dios mío, mi grosera in­gratitud, y puesta mi alma en vuestra divina presencia y en la de vuestra her­mosísima Madre de las Misericordias, confieso que os ha ofendido y que me pesa de haber ofendido a un Dios tan bueno; que me pesa una y mil veces de haber injuriado a un Dios que es mi Padre, mi Redentor y mi Salvador, acreedor a todos los afectos de mi co­razón y de todos los momentos de mi

vida. Asimismo, Dios y Padre mío, se duele mi alma de las injurias que ha ejecutado con su piadosísima Madre la Santísima Virgen María, a quien tantas veces ha atravesado su dulcísimo y amante Corazón, cuantas han sido las veces que os ha ofendido a Vos, Dios de mi alma; mis iniquidades me aterran, Padre clementísimo, mas vuestras pie­dades me hacen concebir una dulce y santa esperanza de que por la poderosa intercesión de María Santísima de las Misericordias, me dispensaréis los auxi­lios de vuestra divina gracia para en­mendar mi vida y resarcir los agravios que os han ocasionado mis culpas, con­siguiendo observar una conducta edificativa y de santificación que, conducién­dome a una muerte feliz, me encamine a alabar eternamente vuestras miseri­cordias, y las de vuestra Purísima y Santísima Madre en el Cielo. Amén Jesús.

ORACIÓN A MARÍA SANTÍSIMA

PARA TODOS LOS DÍAS

¡Piadosísima y Santísima Virgen Ma­ría, amada Hija del Eterno Padre, Ma­dre querida del Divino Verbo, y Esposa muy regalada del Espíritu Santo! Vos sois la obra más perfecta de la Creación; y la destinada en la mente divina desde la eternidad para Madre del Hijo de Dios. Vuestras heroicas virtudes y vues­tra suprema dignidad, pusieron a vues­tro benéfico y amabilísimo corazón en una dichosa situación de poder colmar de dones a todas las almas, dándolas a conocer con vuestras ternuras que sois la Madre verdadera de las Misericor­dias. Bendito sea el poder y sabiduría del Señor en haberos constituido la fiel dispensadora de todas sus gracias y ri­quezas, para que con ellas pudieseis ga­nar nuestros corazones, atrayéndolos al cumplimiento de los divinos preceptos y a la ejecución de los designios de su voluntad adorable. Nuestras almas se complacen, Madre amabilísima, al veros tan distinguida en las caricias del Altí­simo, y conciben la más segura confianza de que el tesoro inagotable de sus inefables misericordias, lo emplearéis en hacerlas cada día más aceptas y agradables en la presencia del Omnipo­tente. Hacedlo así, Madre piadosísima, y para ello os ofrecemos nuestros cora­zones, desocupados de los afectos de la tierra, para que los llenéis de la divina gracia, ejercitando con ellos vuestras sublimes generosidades. Nuestras mise­rias os llenan siempre de compasión y ternura, Madre dulcísima y piadosísima, para que oyendo cariñosamente nues­tros gemidos, nos concedáis lo que hu­mildemente os suplicamos en esta santa Novena, y podamos aclamaros, transpor­tados de alegría, nuestra amabilísima Madre de las Misericordias. Amén Jesús.

Consideración para este día

Mater Christi.

La Santísima Virgen María es Ma­dre de Jesucristo. Dignidad altísima y que comprende en si misma las más heroicas virtudes de parte de María Santísima, y las más singulares gracias de parte del Altísimo. Para re­cibirse una perfección, forzoso es que haya correspondiente disposición en quien la reciba. Y ¿qué disposición era necesaria para recibir la dignidad supre­ma de Madre de Dios? Pues esta es la que tuvo la Santísima Virgen María. Todas, todas las virtudes en su más heroico grado, ennoblecieron y sublimaron su alma purísima, para poder ser digna Madre de un Dios Santísimo y Omnipotente: por parte de la Reina del Cie­lo no podía hacerse más, pero aun así, todavía fue un don gratuito de Dios el hacerla su Madre. La hizo en efecto, y con esto la enriqueció de las gracias y dones más singulares que pudo dispen­sar a ninguna otra criatura. ¡Oh dignidad sublime y divina! El Cielo y la Tierra se postran en tu presencia, reconociéndose inferiores a la Santísima Virgen y Ma­dre de Dios. María Santísima es el ob­jeto de las caricias del Altísimo, y en sus manos deposita todos los tesoros de su omnipotencia, para que sus misericor­dias no tengan límites en beneficio de los hombres. ¿Y no deberemos tributar nuestros respetuosos obsequios a la Ma­dre benditísima de nuestro Dios y Re­dentor, para atraernos sus miradas be­néficas? Consideremos atentamente las grandiosas virtudes con que complació al Señor nuestra dulcísima Madre: pro­curemos imitarla en ellas y nos favore­cerá con sus misericordias.

Se hará un poco de pausa, y después se dirá la siguiente

ORACIÓN

¡Poderosísima Madre de las Miseri­cordias, a quien el Omnipotente concedió un alma tan flexible a los impulsos de la gracia, para que correspondiendo a ella con la mayor docilidad, se hicie­se digna de que el Príncipe de las Eter­nidades o Hijo verdadero del Eterno Padre, tomase carne humana en vues­tros purísimos y castísimos pechos! Nosotros, amabilísima y dulcísima Ma­dre, veneramos vuestra sublime digni­dad, y acogiéndonos al sagrado recinto de vuestra protección soberana, confia­mos que, poniendo en movimiento los sentimientos piadosísimos de vuestro amante y compasivo corazón, nuestras miserias las haréis desaparecer, vues­tras generosas ternuras nos favorece­rán, y vuestro dulcísimo Corazón será nuestro refugio. Excitad, Madre cle­mentísima, santos deseos en nuestros corazones, para imitar vuestras heroicas virtudes, que los haga un florido tála­mo donde pueda morar, lleno de complacencia, vuestro Santísimo Hijo. No miréis, Virgen Santísima, nuestros pa­sados desvíos de Vos, sino recordad que sois Madre muy tierna de nuestro Di­vino Redentor, que lleno de una cari­dad inmensa, ofreció por nosotros su preciosísima Sangre en la Cruz, desde la cual os constituyó misericordiosa­mente nuestra Madre. Lo sois, efectiva­mente, Madre dulcísima de mi alma, y nosotros nos gloriamos de ser vuestros hijos. Miradnos, pues, Madre mía, como a unos hijos desvalidos, y que buscan el amparo, el consuelo, la protección y todo su bien, en su compasiva, tierna y cariñosa Madre; enriquecednos con vuestras inefables misericordias, y se­remos libres de las cadenas de los pe­cados, y cantaremos vuestras misericor­dias v alabanzas en la gloria. Amén.

Se rezarán cinco Ave Marías en reverencia de las cinco letras que componen el Sagrado Nombre de María Santísima, añadiendo a la última el Gloria Patri. En seguida, avivando la confianza en Dios Nuestro Señor, se le pedirá por la intercesión de María Santísima de las Misericordias la gracia que cada uno intente conseguir por medio de esta Santa Novena.

ORACIÓN ADIOSNUESTROSEÑOR

PARA TODOS LOS DÍAS

¡Dios y Señor, que entre todas las criaturas que ha sacado de la nada vues­tra Omnipotencia, os dignasteis elegir a la Santísima Virgen María para ago­tar en ella vuestra sabiduría y poder, haciéndola el objeto más digno de vues­tras complacencias y de vuestras gra­cias! Yo os adoro, Dios Santo, porque de la masa corrompida de la humana naturaleza, supisteis reservaros a esta inocentísima criatura para que fuese paraíso de vuestras delicias, y origen fecundísimo que fertilizase los humanos corazones: su alma candorosa corres­pondió a vuestros soberanos designios, y agradado Vos de sus obras, la consti­tuisteis nuestra Reina y Madre amabilí­sima, para que del inmenso tesoro de vuestras gracias pudiera remediar todas nuestras desdichas. Vos sois, Señor, el Padre de las Misericordias y Dios de toda consolación: mas esto no obstante, os habéis dignado de darnos a María Santísima como representante de estos vuestros divinos atributos; y vuestra in­finita caridad, por un electo de vuestro agrado para con la Santísima Virgen María, la habéis trasladado a sus manos generosas, para que a su voluntad la ejerza con toda clase de menesterosos. Haced, Dios mío, que nuestras almas no desmerezcan sus cariñosas ternuras; que en todas nuestras necesidades la busquemos llenos de confianza, para que atrayéndonos sus maternales afectos, nos colme de vuestras misericordias. Y Vos, Soberana Reina, oíd compasiva nuestros gemidos; vuestro dulcísimo y amabilísimo Corazón se resiente con todas nuestras aflicciones, y no aspira a otra cosa que a beneficiarnos con los dones del Cielo. Mirad, Madre clemen­tísima, a nuestra Católica Iglesia y al Pastor universal de la misma, el Romano Pontífice, alcanzando para toda ella una perpetua y verdadera paz, y la vic­toria contra todos sus enemigos y per­seguidores. Echad, Madre Purísima, una benigna mirada sobre vuestra heredad, la Religiosa España, tan esmerada en vuestras glorias, lanzando para siempre de ella los pecados, los escándalos y los castigos del Cielo. Proteged benigna a nuestros Católicos Monarcas, alcanzán­doles de vuestro Hijo Santísimo mucha salud, felicidades, victorias y acierto en su gobierno; y, finalmente, si es del agrado del Altísimo, conseguidnos del Señor lo que especialísimamente os pe­dimos en esta santa Novena, para que, reconocidos siempre a vuestras pieda­des, podamos aclamaros nuestra Madre Dulcísima de las Misericordias durante nuestra vida, y después alabaros eterna­mente en el Cielo. Amén Jesús.

Ora pro nobis, Sancta Dei Génitrix, etc.

Oración. Concede nos famulos tuos, quaesumus, etc.

DÍA SEGUNDO

Consideración para este día

Mater amabilis

         Una criatura a quien el Altísimo concibe en su mente divina desde la eternidad, disponiendo desde entonces las gracias con que la había de enriquecer, y las maravillosas pre­rrogativas con que la había de subli­mar, al momento se ocurre a nuestra consideración un objeto el más delicioso y amable. Esta bellísima criatura tan distinguida en las caricias de un Dios, que es amor por esencia, es la Santísi­ma Virgen María; toda la sabiduría y poder de la Beatísima Trinidad parece haber empleado en ofrecer al mundo, por medio de María Santísima, una ima­gen la más acabada y perfecta de su in­finita amabilidad. Miremos, considere­mos atentamente a la Reina del Cielo en todos los actos de su preciosa vida, y su conducta ahora en el trono de su gloria, y nos convenceremos de esta verdad. Efectivamente, su santísima vida fue una variada alternativa de gozos y de pesares, y también de glorias; mas con una simplicidad admirable, que Dios la comunicó de su propia esencia, jamás padeció alteración su amabilidad. Madre de justos y de pecadores, sus ternuras las dispensa a los primeros alentándo­los a seguir los caminos de la santidad, y a los segundos cargándolos sobre sus delicados hombros, a ejemplo de su Santísimo Hijo el Divino Jesús, hasta introducirlos en el aprisco que corre a cuenta de su Unigénito. Sentada en su trono del Empíreo, el alma santa y el pecador más desenfrenado, tienen licen­cia para postrarse en tierra, y alentan­do su confianza, decirla con la Santa Iglesia: ¡Madre amabilísima, ruega por nosotros! Seguro es que si el justo y el pecador, le encaminan esta súplica con buenas disposiciones de su corazón, se­rán oídos, y que podrá suceder también que el publicano salga justificado de su oración. En esta vida, pues, seguros de su constante y nunca interrumpida ama­bilidad, ¿dejaremos de acogernos a un auxilio tan sagrado como el de sus por­tentosas misericordias? Su dulcísimo y amabilísimo corazón es una copia fide­lísima de la infinita dilección de nuestro Dios; sus ternuras maternales jamás experimentan variedad; y ¿omitiremos en todos nuestros trabajos y peligros de llamar a esta dulcísima Madre de las Misericordias con la deprecación que nos enseña la Santa Iglesia, diciéndola con la mayor afección y confianza: Ma­dre amabilísima, rogad por nosotros! No será ciertamente esta nuestra con­ducta, Madre piadosísima, y antes bien, para confusión del infierno y de vues­tros enemigos, os clamaremos siempre: ¡Madre amabilísima de las misericordias, rogad por nosotros!

Se hará un poco de pausa, y después la siguiente

ORACIÓN

¡Purísima y Santísima Virgen María, a quien el Altísimo enriqueció de un alma amabilísima para que fueseis al mundo una viva imagen de su infinita caridad para con los hombres! Nos­otros, piadosísima Madre, postrados ante vuestra sagrada imagen de las Miseri­cordias alabamos las tiernas bondades para con Vos del Omnipotente, y reco­nociéndoos por nuestra dulce y compa­siva Madre, os suplicamos nos dispen­séis vuestras amables caricias, mirán­donos siempre como a hijos predilectos de vuestras misericordias. Infundid, So­berana Reina, en nuestros corazones, vi­vos y animados deseos de complaceros por la imitación de vuestras heroicas virtudes, para que presentándonos a vuestra vista, oigáis nuestros clamores y los acalléis dispensándonos vuestras amorosas caricias. Nos gloriamos, Ma­dre piadosísima de ser vuestros hijos, y como tales, depositar en vuestras bellí­simas manos, por medio de esta vues­tra Sagrada Imagen de las Misericor­dias, toda nuestra solicitud y todos nuestros cuidados, para que Vos los en­caminéis a la mayor gloria de Dios, y alabanza de vuestro dulcísimo nombre. Admitid complacida este afectuoso ob­sequio, tan debido a vuestra maternal ternura para con nosotros, y mirándo­nos perennemente pendientes de vues­tra voluntad santísima, encaminad la nuestra a merecer por toda la eternidad vuestra portentosa amabilidad, y vues­tras inefables misericordias. Amén Jesús.

Se rezan las cinco Ave Marías y lo demás hasta concluir como el primer día.

DIA TERCERO

Consideración para este día

Virgo Fidelis.

La Virginidad de la Santísima Vir­gen María la anunciaron los Profetas mucho antes de que viniera a este mundo; y el Santo Arcángel San Gabriel, al anunciarla de parte de Dios el Misterio de la Encarnación, la nom­bró con este dictado de excelencia, diciéndola: Oye, María Virgen. Fue, pues, María Santísima, Virgen Purísima, antes del parto, en el parto, y después del parto. Virgen siempre fidelísima en su propósito, como la saluda la Santa Igle­sia. ¡Qué prerrogativa tan singular! Ella fue la que encantó al Príncipe de las Eternidades para que bajase a tomar carne humana, y a habitar en su seno como en un trono de sus mayores de­licias. Dios, que se recrea y dispensa sus especiales gracias a los castos y lim­pios de corazón ¿qué ternuras, y que prerrogativas no dispensaría a su San­tísima Madre, ante cuya Virginidad la de los Ángeles es como las sombras en presencia del clarísimo sol? La pruden­tísima Virgen María procuró guardar este tesoro del Cielo con la mayor solicitud, conociendo que la llave maestra para introducirse en el retrete de las divinas caricias, era esta virtud celes­tial, así como el vicio opuesto, el que más separa de los abrazos divinos, por cuanto hace que sean menos que la nada las buenas obras, que asociadas a la cas­tidad, serían muy agradables a los ojos del Señor. Constante, pues, en su propósito, la Santísima Virgen mereció ser elegida para Madre de Dios; ser la cria­tura más agradable a los ojos de Dios; la depositaría de los tesoros del Altísi­mo, y fidelísima dispensadora de todos los dones del Cielo. Siendo Virgen fide­lísima, consiguió una tan numerosa pos­teridad de hijas e hijos, cuanta se adqui­rió para sí, y le adoptó con su preciosa sangre su Unigénito Hijo y Nuestro Di­vino Redentor. Con todas estas hijas e hijos de adopción, emplea todo el vali­miento que tiene en presencia del Om­nipotente; y si fue Virgen fidelísima, parece haberlo sido para ser Madre de las Misericordias.

Se hará un poco de pausa y después se dirá la siguiente

ORACIÓN

¡Fidelísima y prudentísima Virgen María! El Omnipotente os enriqueció con esta prerrogativa tan celestial para que fueseis trono de sus delicias y ma­teria purísima que, dando carne huma­na al Verbo Divino, obrase la copiosa Redención de los hombres. Nosotros, tus hijos, piadosísima Madre, alabamos la generosa voluntad con que el Altísi­mo os concedió tan precioso don, y nos congratulamos con Vos por haberlo custodiado con tan admirable fidelidad. Haced, Reina amabilísima de todas las Vírgenes, que vuestra correspondencia a las mercedes del Cielo nos estimule a ser solícitos en buscar vuestra protec­ción soberana, para que poniéndonos a cubierto contra las tentaciones inicuas de la carne, podamos vivir como Án­geles del Cielo. Sabemos, Madre Beatí­sima, que si el Omnipotente no nos con­cede esta gracia, por nosotros mismos no podemos ser puros y castos, pero al mismo tiempo esperamos confiadamente en Vos, que nos la alcanzaréis de su piedad compasiva, para que nuestras almas sean digna morada donde se hos­pede y permanezca el Rey de la Gloria, comunicándonos sus más deliciosas ternuras y favores. Avalorad, Vos, Seño­ra, estos santos deseos que animan nues­tros corazones. Experimentemos vues­tras caricias amables, haciéndonos Vos puros y santos en la presencia del Se­ñor; comunicándonos vuestra fidelidad para saber custodiar este don del cielo; a fin de que agradando al Altísimo con limpias y virtuosas acciones, podamos reconocer este beneficio venido de vues­tras manos generosas, y alabaros, Vir­gen fidelísima y Madre nuestra de las Misericordias. Amén Jesús.

Se rezan las cinco Ave Marías, y lo demás, hasta concluir, como el día primero.

DÍA CUARTO

Consideración para este día

Causa nostrae laeticiae

Ninguna causa tan eficaz para llenar de alegría a las almas, como la Santísima Virgen María: su venida a este mundo colmó de dulces consuelos a los hombres, que la miraron des­de luego como a una brillante aurora de restauración. La sublime prudencia de Abigail para desarmar las iras del más ofendido David; la prodigiosa hermosu­ra de Ester para conseguir del más po­deroso Asuero el perdón y la vida de un pueblo más numeroso que las arenas del mar y las estrellas del cielo; la fortale­za inmortal de Judit para cortar la ca­beza al soberbio capitán que pretendía subyugar a sus tiranías a aquella nación santa; las virtudes todas que brillaron en tantas heroínas del antiguo pueblo escogido, y que tantos días de gloria proporcionaron a los mortales, todas se vieron resplandecer en la Santísima Vir­gen María, enviada por el Señor al mundo para llenar de júbilo nuestros corazones. Mientras vive sobre la tierra es la gloria de Jerusalén, la alegría de Israel, el honor, magnificencia y consue­lo de los mortales; y si se traslada al Cielo con su muerte, es para estar más próxima al trono de Dios, y poder más fácilmente enjugar las lágrimas de los que desterrados, peregrinamos por este lugar de desdichas. Si nuestras almas se miran atribuladas y tristes, las basta ponerse en presencia de la Madre piadosísima de su Dios, y considerarla con todas las facultades del Altísimo para be­neficiarlas, y que su dulcísimo y amante Corazón en ninguna cosa se complace tanto como en comunicar sus ternuras: al punto se ven revestidas de una luz superior que las ilustra, y que poco a poco va desterrando las negras tinieblas que las obscurecía, presentándose el día alegre de la felicidad, las criaturas to­das sólo pueden ocupar nuestro corazón, y sola María Santísima es la única que puede atraerle con sus ternuras la verdadera alegría. Madre amabilísima de las Misericordias, las comunica con la mayor generosidad y sin interrup­ción, y por este medio se acredita ser la verdadera causa de nuestro consuelo en las persecuciones, de nuestro júbilo en los trabajos, y de toda nuestra ale­gría en nuestras tristezas, como la pre­coniza la Santa Iglesia, llamándola cau­sa de nuestra alegría, como Madre de las Misericordias.

Se hará un poco de pausa y después se dirá la siguiente

ORACIÓN

¡Soberana Virgen María! Sois la auro­ra brillante y dichosa que anunciasteis a los hombres las más satisfactorias ale­grías. Reuniendo en vuestra alma santí­sima de un modo eminente las virtudes de las grandes mujeres que os figura­ron en el antiguo Testamento, sois en la nueva ley de gracia nuestro apoyo, nuestra defensa, nuestro recurso y nues­tra más dulce complacencia. Vuestras maternales ternuras bastan para deste­rrar de nuestros corazones todos los pe­sares, todos los disgustos, y todas las tristezas. Bendita seáis, Purísima Madre, por tantos placeres como nos dispensáis con vuestras amigables caricias. Alaba­do y bendito sea para siempre ese dul­císimo y tierno Corazón, que no pudiendo sufrir en los nuestros el decaimien­to, la ansiedad y la consternación, se desvive por atraernos las dulzuras, los júbilos, y todo género de felicidades. Nuestras almas os tributan sus más ren­didos obsequios por tan compasivas finezas, y reconociéndoos por la causa que produce en ellas sus santas alegrías, aspiran siempre a complaceros. Oíd, Pia­dosísima Madre nuestras súplicas: abo­gad continuamente por nosotros en pre­sencia del Altísimo, y cuantas gracias nos dispense su infinita caridad, desea­mos nos vengan por vuestras bellísimas y generosísimas manos, para que por este medio, siendo Vos la causa de nuestras alegrías, como os lo canta la Santa y Católica Iglesia, tengamos este motivo más para reconoceros y aclama­ros por nuestra amabilísima Madre de las Misericordias. Amén Jesús.

Se rezarán las cinco Ave Marías,y la ora­ción como el primer día.

DÍA QUINTO

Consideración para este día.

Vas insigne devotionis

Jamás ha observado el mundo un modelo más perfecto de verdadera devoción como el que nos ofrece la Santísima Virgen: su dulcísimo y abrasado corazón fue siempre un altar donde se ofrecieron al Señor las más puras víctimas, y donde se que­maron los más delicados aromas de to­das las virtudes; su voluntad prontísima para entregarse a todos los ejercicios del servicio de Dios, la condujo a con­sagrarse toda en el templo a los tres años de su edad. Sus ejercicios en la casa del Señor la dispusieron para lle­var con la más ferviente religiosidad en el discurso de su vida santísima los designios todos del Omnipotente, pudién­dose apellidar con toda propiedad desde sus primeros días, vaso el más insigne y distinguido de la verdadera devoción. Fundada esta sobre la observancia san­tísima de los divinos preceptos y espe­ciales obligaciones, su celo por la honra y gloria de Dios se manifestaba en to­das sus heroicas obras, que aunque di­simuladas con los velos del candor y de una encantadora sencillez, se dejaban ver con un carácter lodo celestial y di­vino. ¿Qué la importa a la Santísima Virgen María su propio honor cuando media el cumplimiento de una ley, que aunque dispensada de ella, es la volun­tad del Señor que la observe? Pues su religiosa devoción la conduce a obser­varla hasta los últimos ápices, presentando a su Hijo Dios en el Templo, y confundiéndose a sí misma con las de­más mujeres, designadas con mácula le­gal en las tablas dadas a Moisés en el Sinaí. Madre del Dios de las Misericor­dias, no hay peligro que la acobarde, ni temor de que la muerte la separe de la Cruz en que expira su Santísimo Hijo el Divino Jesús. Como su verdadera Ma­dre presta al Redentor de los hombres y su Unigénito, los oficios de la más tierna y generosa caridad, y como a su Dios Omnipotente los obsequios de la santa y ejemplar devoción. ¡Oh devo­ción imitable de la Santísima Virgen María! Sólidamente fundada en el cum­plimiento más exacto de los deberes que la imponía la voluntad santísima del Omnipotente, atendía a ejercer sus actos con una voluntad prontísima de complacerle con toda perfección. Una conducta tan admirable y portentosa, merece ciertamente ser el modelo de la más pura y santa devoción, y es muy acreedora al sublime elogio que en Ma­ría Santísima reconoce y publica la santa Iglesia, diciendo en su honor y gloria, que es vaso el más insigne y magnífico, de verdadera, pura y santí­sima devoción, y por lo mismo, Madre la más llena de gracias y misericordias.

Se hará un poco de pausa y después la si­guiente

ORACIÓN

¡Benditísima y Purísima Virgen Ma­ría! Vuestro sagrado y tiernísimo cora­zón supo complacer siempre al Altísi­mo, aun en las obras de su prerroga­ción. ¡Cuán diligente y cuidadosa no se encontraba habitualmente y actualmen­te, vuestra voluntad santísima para prac­ticar con la mayor perfección cuanto conocía ser del agrado del Omnipoten­te! Jamás ejercitasteis alguna obra en que no resplandeciese la religiosidad con que vuestro espíritu se inmolaba en las aras de la más pura y santa lección. Sólo el Altísimo que vio constantemen­te complacido las ternuras interiores de vuestro espíritu, es el que puede gra­duar el mérito de la religiosidad de vuestros obsequios. Los respetos huma­nos, las consideraciones del propio honor, y los temores de poder ser muer­ta a la vista de vuestro santísimo Hijo, no pudieron jamás retraeros de prestar vuestros reverentes servicios a vuestro Dios, a vuestro Criador, y a vuestro Padre. Haced, pues, piadosísima Madre nuestra, que tan grandioso ejemplo de verdadera y santa devoción, como el que nos disteis durante vuestra precio­sa vida, nos estimule a imitaros fiel­mente, cumpliendo nuestros deberes para con el Señor y ejercitando una candorosa y entrañable religiosidad en todas nuestras acciones, que sea un olor preciosísimo de suavidad en su divina presencia. Revestid nuestra alma, Ma­dre piadosísima, de una santa fortaleza para despreciar todos los temores y pe­ligros cuando medie el ofrecer al Altí­simo nuestros cultos y homenajes. In­fundid en nuestras almas aquella santa docilidad, blandura y suavidad que po­seyó la vuestra santísima, pura que sean religiosamente devotas con su Dios, y para con vos, Reina Soberana, a fin de que reconociéndoos con la santa Iglesia vaso el más insigne y honorífico de la más pura y santa devoción, podamos también, por este nuevo favor que nos dispensáis, aclamaros nuestra dulcísima Madre de las Misericordias. Amén Jesús.

Todo lo demás como el primer día

DÍA SEXTO

Consideración para este día

Salus infirmorum

Tan repetidos han sido en todo tiempo los prodigios obrados por la Santísima Virgen María con los enfermos, que la santa Iglesia no ha dudado, atribuirla el sublime epíteto de salud de los enfermos: sujeta a su vo­luntad toda la naturaleza, ha alterado constantemente sus leyes para benefi­ciar a los hombres. Como estos, por efecto de su propia corrupción, siempre se hallan oprimidos de dolencias, y por otra parte el dulcísimo y amable cora­zón de María Santísima no puede estar ocioso dejando de comunicar sus mise­ricordias, sus curaciones no tienen nú­mero; todo hombre que la invoca en el lecho de sus dolencias la encuentra a su lado, repitiendo con más fervorosas ter­nuras que San Pablo: ¿Quién de los mortales se halla enfermo, que no lo esté yo también en su compañía? Sien­do, como lo es, Madre amabilísima de todos los hombres, los asiste en sus en­fermedades, suministrándoles las me­dicinas de fortaleza para vencer las ten­taciones de Lucifer; de la paciencia para aumentar el mérito de las virtudes, y de confianza, para conseguir la salud si le conviene, o la gloria, si es llegado el término de sus días. ¡Oh! Si con viva fe considerásemos los oficios caritativos que tan cariñosa Madre ejercita con sus amados hijos ¿cuántas dolencias que se juzgaban incurables hallaríamos que se habían ausentado al presentarse la Santísima Virgen María? Más portento­sas sus misericordias que las aguas de la piscina y del Jordán, admiramos a una multitud de paralíticos, leprosos, calenturientos, recobrados enteramente por solas sus ternuras. Apliquémonos a conocer este poder que María Santísima tiene en sus bellísimas manos, y en nuestras dolencias y enfermedades cla­mémosla llenos de ternura y confianza, con la Santa Iglesia: salud prodigiosa de los enfermos, sed en nosotros una Madre amabilísima de Misericordias.

Se hará un poco de pausa y después la siguiente

ORACIÓN

          ¡Clementísima y Purísima Madre de Dios! Vuestro corazón amabilísimo no puede dejar de tomar parte en nuestras dolencias y enfermedades. Tomando por modelo de vuestras ternuras las que usó constantemente con los hombres vuestro Santísimo Hijo, discurrió por toda la tierra ahuyentando las enferme­dades y sanando a todos los mortales de sus dolencias. Bendita sea para siem­pre vuestra caridad generosísima, que os precisa a ser tan compasiva con los que lloran tristes en el lecho de sus do­lores y angustias: vuestra invocación soberana en las estancias de la huma­nidad afligida, basta para llenarla de los más dulces consuelos, y muchísimas veces para derramar las más dichosas satisfacciones y alegrías en las per­sonas que por vuestra intercesión se ven libres de las garras de la muerte, que comenzaba ya a levantar su inexo­rable guadaña, para poner término a su existencia en este mundo. Nosotros, dulcísima Madre, agradecidos a estas cariñosas ternuras que tan frecuente­mente nos manifestáis en nuestras do­lencias, os tributamos las más rendidas acciones de gracias. Haced, benditísima Madre, que en nuestra última enferme­dad depositemos en vuestras preciosísi­mas manos todas nuestras esperanzas, para que vuestra solicitud diligente nos atraiga el don de la perseverancia final, y poder así, después de saludaros cons­tantemente durante la vida, por la su­blime, prodigiosa y universal salud de los enfermos, como os reconoce y con­fiesa la Santa Iglesia, alabaros y acla­maros eternamente en el Cielo por nuestra querida y amabilísima Madre de las Misericordias. Amén Jesús.

Se rezarán las cinco Ave Marías, y lo demás como el primer día.

DÍA SÉPTIMO

Consideración para este día

Refugium pecatorum

El Verbo Divino bajó del Cielo a la tierra, a buscar a los pecadores, a quienes en todo tiempo manifestó las más compasivas ternuras. Su benditísima Madre la Santísima Virgen María, instruida por su Unigénito, ejercitó constantemente esta misma dilección, y si se vio constituida por el Divino Re­dentor Madre de todos los hombres, re­conoció también que con particularidad debía practicar sus especiales caricias con las ovejas descarriadas de Israel: los hombres también lo han entendido de este modo, y para salir del laberinto de sus culpas, constantemente han acudido a la Madre de las Misericordias, reco­nociéndola con la Santa Iglesia el espe­cial y singularísimo refugio de todos los pecadores. ¡Ah, que ternuras tan ami­gables y compasivas han encontrado siempre los delincuentes en su piadosí­sima Madre! Ningún pecador se ha pre­sentado a sus pies contrito y humilla­do, que no haya oído en su corazón la voz de un Dios misericordioso, articu­lada por los dulcísimos labios de María Santísima: tus pecados te son perdona­dos. Pero el hombre, engolfado en sus placeres ilícitos, huyó de la presencia de esta compasiva Madre; sin embargo, sus ternuras le buscarán por entre las malezas de sus vicios o crímenes, y cargándolo sobre sus delicados hom­bros, lo restituirá a la amistad y gracia de su Dios. Ninguno se perderá eterna­mente sino el que, obstinado en su maldad,  se empeñe en desoír su voz, despreciar sus ternuras, y no querer reco­nocerla por su Madre. Mas los que heridos de las mordeduras de los pecados levanten sus ojos a la serpiente de me­tal; los que reconocidos de sus iniqui­dades fijen su vista en María Santísima ¿qué caricias tan amorosas no encon­trarán en esta Madre amabilísima de las Misericordias? ¿Qué dulces lágrimas no derramarán sus ojos en presencia de su tierna Madre? ¿Qué afabilidad, qué com­pasión, qué amor, qué complacencias no ven sus almas en la Madre bendití­sima de su Dios? ¡Ah! Sus corazones se derriten en santos afectos, y al mismo tiempo que se juzgan dignos de todo el Infierno, por sus anteriores pecados, no pueden menos de reconocer y confesar con la Santa Iglesia, que María Santísi­ma, por sus inefables misericordias, es el singularísimo y especial refugio de todos los pecadores, por sus tiernísimas y maternales misericordias.

Se hará un poco de pausa y después se dirá la siguiente

ORACIÓN

          ¡Bondadosísima y Santísima Virgen María! Instruida por vuestro Santísimo Hijo, el Redentor Divino, empleáis vues­tro soberano poder y vuestras tiernas misericordias en favorecer con particu­lar esmero a los pecadores, que recono­cidos de sus culpas acuden a Vos, como a su refugio, contra las iras de un Dios justo y omnipotente. ¡Bendito y eterna­mente alabado sea ese vuestro purísimo y dulcísimo corazón, tan compasivo para con los mismos que tantas veces lo han atravesado con la espada de sus culpas! ¡Qué bella y amabilísima os mostráis perdonando a los mismos que tanto os han injuriado! ¡Qué preciosos son vues­tros pasos, hermosísima hija del Prín­cipe de las Eternidades, cuando los en­camináis en busca de un alma que se aparta de Vos, para ir tras los placeres momentáneos de la tierra! ¡Ah! Vues­tras ternuras con los delincuentes res­plandecen tanto más, cuanto que ellos son unos hijos pródigos que expenden los dones de Dios, por complacer a sus inicuos desórdenes. Pero, Madre amabi­lísima, continuad vuestras maternales caricias con todos los pecadores. Nos­otros lo somos en la divina presencia, y reconocidos ya de nuestra ingratitud, nos acogemos a Vos, como a nuestro es­pecial y singularísimo refugio, para que nos consigáis del Altísimo el perdón de todas nuestras iniquidades, y los auxilios que necesitamos para perseverar constantes en su santo servicio; prote­gednos, Madre piadosísima; acogednos bajo vuestras compasivas ternuras; sed Vos nuestro especial y poderosísimo re­fugio para librarnos del enorme peso de nuestros pecados, y poderos aclamar eternamente nuestra amabilísima Madre de las Misericordias en el Cielo. Amén Jesús.

Se rezarán las cinco Ave Marías, y lo demás hasta concluir, como el primer día.

DÍA OCTAVO

Consideración para este día

Auxilium Christianorum

          Desde que el hijo de Dios empezó a predicar su doctrina celestial y divina ya tenía discípulos que oye­sen su voz, e imitasen sus ejemplos; el infierno y sus ministros los mundanos, les declararon la guerra más atroz. Su execrable conducta y perfidia les con­dujo a quitar la vida al Redentor Divi­no y a los primeros Maestros de la Re­ligión, y aun no satisfecha su saña, con­tinúan y continuarán hasta la consuma­ción de los siglos, su inicuo furor, sin que las puertas del Infierno puedan pre­valecer jamás contra la obra Divina que puso en planta un Dios Omnipotente. En vista de esto, ¿cuántas persecuciones, cuantos trabajos, cuántas batallas no se ven continuamente obligados a sufrir los verdaderos fieles? Sin embargo, de todas estas contradicciones, se les ve sa­lir siempre victoriosos, porque la San­tísima Virgen María, como lo testifica la Santa Iglesia, es el firmísimo y po­derosísimo auxilio de los cristianos. ¡Manchen sus inicuas manos los Empe­radores gentiles en la sangre inocente de los discípulos del Salvador! ¡Susciten disputas y aprueben guerras, contra la Santa Iglesia! Los herejes signen de muerte al sagrado sacerdocio y a los verdaderos creyentes; procuren con to­das sus fuerzas abolir el culto y deste­rrar hasta la memoria de los altares, los impíos; de nada servirán todos sus esfuerzos, pues se estrellarán en el fir­mísimo muro, en la casa de oro de Dios, en el auxilio prodigioso que María San­tísima dispensa constantemente a los cristianos. Asistidos estos con la pro­tección de la Reina del Cielo, han ven­cido, en corto número, a ejércitos for­midables de enemigos de la Religión, y un solo apologista del Cristianismo ha solido bastar para confundir a las here­jías y a la inicua multitud de sus suce­sores. La religión santa de Jesucristo dura siempre, y tanto como dure el mundo. Los cristianos serán siempre victoriosos siempre, y tanto como dure el mundo. Los cristianos serán siempre victoriosos contra las persecuciones de los impíos, pues María Santísima de las Misericordias es un auxilio poderosísi­mo, y la que enseñada desde el primer instante de su concepción, los ha de es­carmentar, pisar y arrojar al Infierno: y al soberbio Lucifer lo aprisionará con cadenas de fuego para que ni por él, ni por sus infames ministros, pueda cosa alguna contra ellos, pues se ostenta con el dulcísimo nombre de María Santísi­ma de las Misericordias.

Se hará un poco de pausa, y después la siguiente

ORACIÓN

          ¡Clementísima, Purísima y hermosísi­ma Virgen María, que enriquecida con tantas gracias del Altísimo, os dignáis ser nuestro poderosísimo y eficaz auxi­lio en las batallas que continuamente nos promueven los enemigos de la re­ligión fundada por vuestro Hijo Santísimo! Benditas sean vuestras misericor­dias, Madre dulcísima, pues por ellas nos vemos fortalecidos para triunfar de tantos y tan poderosos enemigos. ¿Quién sino Vos hubiera podido proporcionar tantas y tan insignes victorias a la San­ta Iglesia? Sus enemigos se desvanecen como un humo pestilencial, y la obra del Omnipotente permanece constante en medio de los incendios que le atiza el infierno; Vos sola sois la que domáis la cerviz de los soberbios, desterrando del mundo todas las herejías, como lo canta en honor vuestro la Santa Iglesia, y la que inutilizáis los proyectos de los que osados, se atreven a declararse con­tra los designios de un Dios Omnipo­tente. Favorecednos, Madre amabilísi­ma; no nos desamparéis en las batallas que los ministros infernales puedan ex­citar contra nuestra cristiana profesión. Vos sois todo nuestro consuelo, nuestra esperanza y nuestra vida para salir vic­toriosos contra el poder de Lucifer. Emplead la virtud de vuestro brazo con­tra enemigo tan orgulloso y pertinaz, para que experimentando nosotros que sois nuestro firmísimo y poderosísimo auxilio para defendernos en luchas tan terribles, tengamos este motivo más para reconoceros y aclamaros eterna­mente por nuestra piadosísima y ama­bilísima Madre de las Misericordias en el Cielo. Amén Jesús.

Se rezarán las cinco Aves Marías y todo hasta concluir, como el día primero.

DÍA NOVENO

Consideración para este día

Mater Misericordiae

          Aunque todos los atributos de Dios sean iguales entre sí, sin embargo, se complace el Omnipotente en llamarse el Dios de las Misericordias, afirmando el Real Profeta David, que ellas exceden y sobrepujan a todas sus obras. Del mismo modo, y guardada la debida proporción, sucede a la Santísi­ma Virgen María. Las innumerables y prodigiosas prerrogativas que la conce­dió el Altísimo fueron tan grandiosas, cuales las pudo recibir una pura criatu­ra; pero esto no obstante, sus miseri­cordias parecen no tener número ni medida, y que forma un especial empe­ño en las inmensas ternuras que dis­pensa a los mortales para que se la re­conozca por amabilísima Madre de las Misericordias, como la saluda la Santa Iglesia. Este glorioso dictado, al paso que la piedad cristiana puede extender el reconocimiento de todos los dones que depositó el Omnipotente en la ben­ditísima alma de la Santísima Virgen María, no cabe duda que con respecto a nosotros, es el de mayor consuelo y confianza. Porque ¿Qué corazón se pre­sentará delante de la Reina del Cielo y, saludándola con este dulcísimo nombre, no concebirá las más dulces esperanzas de que será socorrido en cuanto solici­te de la Madre de Dios? ¡Madre de las Misericordias! ¡Oh, qué suavísima in­vocación! Los oídos de la Santísima Vir­gen María la oyen con complacencia; sus bellísimos ojos miran alegres al que lo pronuncia, y su dulcísimo y amabilí­simo corazón se decide, sin detención, a favorecer al que con sus palabras pro­testa que María Santísima es la Madre de Dios y de los hombres; que es la dispensadora fidelísima de los tesoros del Altísimo, y que a ninguno de los que acuden por beneficios a su presen­cia, lo deja volverse desconsolado. ¡Ben­dita seáis, Madre del Amor hermoso, y de la santa Esperanza, pues entre las innumerables prerrogativas que os con­cedió el Omnipotente, hacéis una santa ostentación de la que tanto ennoblece a vuestro purísimo y dulcísimo corazón en favor de los mortales! Queréis ser llamada por vuestros hijos Madre pia­dosísima de las Misericordias, y con este intento, que la Santa Iglesia nos es­timule a invocaros con un nombre que tan al vivo expresa vuestras ternuras para con nosotros. Sed, pues, nuestra amabilísima Madre, pero nuestra ama­bilísima Madre de vuestras caricias, vuestras ternuras y vuestras misericor­dias.

Se hará un poco de pausa y después se dirá la siguiente

ORACIÓN

          ¡Emperatriz sagrada, Soberana y San­tísima Virgen María, que enriquecida con todas las gracias del Altísimo que pudo recibir vuestra alma santísima, hacéis una sublime ostentación en ape­llidaros, Madre Santísima de las Mise­ricordias, para significarnos, que a imi­tación del Omnipotente, queréis ser in­vocada por aquel atributo que más com­place a vuestro dulcísimo y generosísi­mo corazón, de dispensar caricias, ter­nuras, amor y beneficios a los necesita­dos mortales! Nosotros, piadosísima Ma­dre, postrados ante vuestra sagrada Ima­gen, de esta bellísima efigie vuestra que obtiene tan consolatoria invocación de vuestras innumerables misericordias, os saludamos con tan santísimo y dulcísi­mo nombre, diciéndoos: Virgen purísi­ma y santísima de las Misericordias, oídnos en las súplicas que os hemos di­rigido por medio de esta santa Novena. Volved a nosotros ojos misericordiosos, mirad nuestros trabajos, y nuestras desdichas; acudid pronto a so­corrernos. Nuestras culpas nos harían desconfiar de conseguir vuestros favo­res, mas vuestras ternuras nos aplacarán las iras del Cielo, y nos atraerán las benignas misericordias de Jesucris­to vuestro Unigénito y Divino Hijo. Sed Vos, piadosísima Reina, nuestro apoyo, nuestra protección, y nuestra defensa; inspirad en nuestros corazones eficaces deseos de agradar al Altísimo, y de complaceros a Vos con todos nuestros afectos. Miradnos siempre como a hijos verdaderos; que celemos vuestro honor, vuestras prerrogativas y vuestras glo­rias, para que, acreditándonos por nues­tra conducta, dignos de vuestro amor, merezcamos eternamente alabaros por Madre nuestra Santísima de las Miseri­cordias en el Cielo. Amén Jesús.

Se rezarán las cinco Aves Marías y lo demás como en los días anteriores.

FIN DE LA NOVENA.

          A la Sra. Ministra y Comunidad de Santa María Magdalena de Madrid.

Mis apreciadles hermanas en los sa­grados y Purísimos Corazones de Jesús y de María: mi gratitud a los innume­rables favores y beneficios que recibí de Vuestras Caridades cuando el Altísimo dispuso en sus inescrutables decretos que pasase a morar en vuestra dulce y amable compañía, jamás se borrarán de mi memoria, y mi corazón vivirá eternamente agradecido a tantas y tan ca­riñosas finezas como las que todas y cada una de Vuestras Caridades dispen­saron a mi alma y corazón afligido. Ben­ditos sean vuestros corazones, que así supieron, con caridad cristiana, compa­decerse de las aflicciones de una vil criatura, arrojada a vuestra morada y dulce compañía, como a una playa de salud y vida en medio de su borrasca. Moré con Vuestras Caridades por mi fortuna; tuve repetidas experiencias de lo mucho que amaba vuestro corazón tierno a Nuestra Madre amabilísima de las Misericordias, a esa preciosísima y embelesadora Imagen de la Santísima Virgen María, y la confianza con que en todos vuestros apuros acudís a implo­rar su soberana y poderosísima protec­ción, por medio de esa hermosísima Imagen, a quien saludáis con el dulce título de Misericordias, que tenéis en vuestra compañía. En esta atención, y queriendo dar a Vuestras Caridades una prueba auténtica de lo presente que vi­vís en mi memoria, me pareció escribi­ros esta Novena en prueba de mi reco­nocimiento, para vuestra hermosísina Madre de las Misericordias, persuadida siempre de que no podré nunca corres­ponder a las infinitas misericordias que debo a tan peregrina imagen, y para significaros a vosotras mi tierna gratitud. Admitid benignas, mis amadísimas y queridas hermanas, este pequeño don que os ofrece mi corazón, que unido con los vuestros en los vínculos de la caridad más íntima, os desea en la pre­sencia del Señor y de su Purísima Madre, todo género de felicidades verdade­ras; las más dulces y copiosas bendicio­nes del Cielo; que reine entre mis ca­rísimas hermanas, la unión y caridad más perfecta; que prosperen en todo género de felicidades; y sobre todo, que reine entre todas la caridad cristiana; la más dulce y hermosa paz, la fe, la esperanza y el amor de Dios más en­cendido; para que adornadas sus caritativas almas con estas hermosísimas galas, se presenten agradables en esta vida a su divina y dulcísima Madre de las Misericordias, y después conducidas por tan Soberana Madre pasen a reci­bir la inmortal corona que les prepara su Divino Esposo en el Cielo, en cuya divina presencia suplica a sus herma­nas no se olviden de esta su vil hermana que las ama de corazón y se confie­sa inútil, aunque agradecida, deseándo­las gocen eternamente la posesión del sumo bien en la mansión de paz y Jerusalén triunfante por los siglos de los siglos. Amén. Así sea.

Sra. Ministra y Comunidad de San María Magdalena.

Vuestra humilde y obsequiosa hermana Q. B. los PP. D. T.S. H. [Que besa los pies de todas sus hermanas]

Un alma agradecida a vuestras finezas.

Recordamos las memorias

de vuestros santos amores

en dispensarnos favores Madre de Misericordias.